La hija del Reich by Louise Fein

La hija del Reich by Louise Fein

autor:Louise Fein
La lengua: spa
Format: epub
editor: Espasa
publicado: 2020-10-07T14:35:48+00:00


Karl y yo estamos en la cabaña del árbol. Me llega el perfume de su colonia, limpio, fresco, mezclado con su propio olor cálido, intenso. Sonríe, y las comisuras de sus labios se arquean y dejan al descubierto la blancura de sus dientes. Se le arrugan los ojos, de un castaño profundo, pero sólo un poco, en los bordes, y tiene la piel dorada por el sol, resplandeciente. Se vuelve un poco y le veo ese vello tan fino, como de bebé, que le crece en la nuca.

—Juguemos a soldados romanos —propone alargándome una espada de madera—. El que gane será emperador, y el otro tendrá que obedecer sus órdenes el resto del día.

—Eso no es justo —protesto yo torciendo el gesto.

—¿Por qué no? —Me sonríe.

Sabe muy bien por qué, pero quiere que se lo diga de todos modos.

—Porque siempre ganas tú. Eres mayor que yo.

—Pues entonces pelea con más empeño, sé más lista. Siempre gana el más listo —dice, y se levanta de un salto y me pincha un poco con su espada.

Yo intento devolverle el golpe, pero no llego hasta él porque va a los mandos de su cazabombardero. Aunque estoy sentada detrás de él, no parece saber que estoy ahí. Trato de gritar su nombre, advertirlo, pero de mi boca no sale ningún sonido. El avión se sacude con violencia, y él suda y suda, hace todo lo posible por recuperar el control. El aparato avanza a trompicones, empieza a dar vueltas y desciende a gran velocidad. Los motores rugen. Yo grito en silencio. Hay una mancha de aceite, gasolina y metal caliente. Y algo más: sudor y muerte inminente. El suelo se acerca, y a continuación el impacto espantoso y el chirrido del metal al aplastarse.

Despierto sobresaltada. Sudorosa, jadeante, contemplo la oscuridad.

Enciendo la lámpara de la mesilla de noche y consulto la hora. Son las tres y cuarto de la madrugada.

Karl está muerto. La última conversación que mantuvimos fue horrible, llena de desconfianza y acusaciones. Karl era el centro de mi universo cuando éramos niños. ¿Cuándo empezó a estropearse todo? ¿Cómo podré seguir viviendo si sé que nuestras últimas palabras fueron las de ese diálogo espantoso?

Mis lágrimas mojan la funda de la almohada. El silencio reina en el dormitorio, tan tranquilo que se diría que el tiempo se ha detenido y el mundo ha dejado de girar.

Pero el tictac del reloj todavía me llega desde la repisa de la chimenea.

Me vuelvo hacia el retrato de Hitler colgado sobre ella. Él me mira, engreído, con su bigotillo recto.

«Esto lo has hecho tú. ¿Cómo has dejado que le ocurriera eso a mi hermano, tan querido, tan guapo?»

Él me observa fijamente con sus ojos negros, pétreos, arrogantes, cautivadores.

«Éste es tu castigo, amante de un judío. Todo es culpa tuya por relacionarte con el enemigo. Escogiste el mal camino. Escogiste el mal, y ésta es tu recompensa.»

«Pero Karl era tu hijo perfecto. Él te dio todo lo que tenía. Su amor... Y ahora, su vida. ¿Por qué no me mataste a mí?»

«Todos sabemos qué ocurre con quienes pactan con el diablo.



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